Era siempre, el mismo, ahora
nadie que amaba todo
y vivía cultivando ausencias
y dormía arrullando vacíos
y compartía lo que faltaba.
Nadie era hermano del hueco
y había muerto, infinitos olvidos
y amaba el desprecio arrogante
y sentía la pureza permanente.
Nadie fue olvidado siempre
y daba su vida diariamente
y comprendía la ruina y fracaso
y amparaba las causas nobles.
¡Pero Nadie, era feliz y verdadero!…
Era siempre el mismo generoso…
nadie amaba la nada temida
nadie quería todo como era
¡lo bello como lo feo!
nadie era un perfecto bueno.
Y bondadoso en cualquier suceso
nadie le recordaba en su tumba
¡pero nadie era infalible!
nadie nada tenía y sólo estaba.
Nadie dio toda su alma
¡y nadie hablaba con nadie!
todos querían ser alguien…
¡menos nadie!
El siempre…
fue…
el mismo…
nadie de todo el mundo.
Autor: Joel Fortunato Reyes Perez