Reflexiones

Reflexión a una Prostituta

La Prostituta

La miré salir de un antro citadino,
abrigándose del viento con un chal;
en su rostro, que fue ayer terso y divino,
se asomaba una sonrisa artificial.

Se marchó por la avenida hasta su hogar,
extenuada por sus lóbregos excesos;
¡sintió un asco repugnante por los besos,
que de un ebrio, tuvo estoica que aguantar!

Al llegar a su modesta habitación,
se tumbó en una litera con fruición,
y su mente, hacia el pasado, fue con ansia;
¡evocando las memorias de su infancia,
le dolió profundamente el corazón!

Los recuerdos absorbieron su atención,
dejó un poco de sentirse despreciada
por el odio de este mundo cruel, perverso;
¡qué feliz fue niñez, tan adorada,
cuando todo lo que tuvo en su universo
fueron dulces y galletas de bombón!

Revivió su adolescencia, con placer;
los trece años, florecientes de ilusiones;
las hermosas y sublimes sensaciones,
que en su cuerpo, producía la primavera;
¡cuando aquella dulce niña, que antes era,
le dio paso vigoroso a la mujer…!

¡Cuántos sueños construyó regocijada,
descubriendo en sus vivencias el amor!;
¡Recordar que a los diez y ocho fue violada
le produjo un melancólico dolor!

Al venirle los recuerdos del ultraje,
un temblor estremeció su frágil ser,
¡mientras lágrimas mojaban su camastro!;
aquel mes que la violara su padrastro,
junto ropa necesaria en su equipaje
¡y se fue, para ya nunca más volver!

En la calle, por doquiera que miraba,
halló siempre la exclusión más absoluta;
tuvo entonces que vivir en arrabales,
se hizo amiga de un sin fin de homosexuales,
¡todo el mundo, con desprecio le gritaba:
Allá va la miserable prostituta!

Muchas veces, maltratada por «su oficio»,
alejarse de esa vida procuró,
¡cuánto quiso desechar todos sus vicios,
pero nadie en este mundo la apoyó!

¡Cuántas veces anheló, en su pobre ser,
conducirse por caminos bien distintos!;
¡no ser vista como objeto de placer
que despierta los más sórdidos instintos!

¡La maldad que hay en el hombre la ha marcado,
le ha esculpido con dolor profunda huella!,
puesto que él, con morbo sádico, la ve;
satisface sus instintos cruel en ella,
¡despiadado de mil formas la posee!

….La miré salir de un sucio lupanar,
con un chal se cobijaba la cabeza,
¡en su rostro pude ver la gran tristeza
que a la pobre prostituta hace llorar!

Autor: Alberto Ángel Pedro

POEMA REGISTRADO ANTE EL INDAUTOR (INSTITUTO NACIONAL DE LOS DERECHOS DE AUTOR) MÉXICO.
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